Cortar con los férreos mandatos familiares y sociales también es saludable. Porque esos códigos y obligaciones encubiertas nos hacen cautivos de un plan de vida no elegido. Sin embargo, a veces, es mejor ser la oveja negra que un personaje inventado por esa falsa perfección que define a algunas familias. Todos, de algún modo, hemos sido cautivos de esa red invisible que tejen los mandatos familiares, heredados muchas veces de generación en generación. Se alzan como una conciencia invisible, como el alma de un legado donde hay ciertas cosas que uno debe aceptar sin cuestionarse. De hecho, así lo hacemos durante nuestra infancia. Hasta que de pronto algo despierta en nosotros. Nos cansamos de ser rehenes de esas miradas admonitorias, de esas expectativas inscritas en el vínculo familiar. “Ningún legado es tan rico como el de a honestidad” William Shakespeare Los mandatos inconscientes que nos moldean cada díaUn mandato es algo más que obligación implícita de ir a comer todos los domingos con nuestros padres. Hablamos ante todo de esos esquemas de pensamiento que erigen, ladrillo a ladrillo, gran parte de nuestro castillo emocional. Es parte de esa psicogenealogía que muchas veces actúa como auténtica vetadora del impulso vital del crecimiento. Frases como “no puedo equivocarme”, “debo controlar mis emociones”, “de las personas hay que desconfiar” o “si no me dan la razón es porque no me quieren”, definen esa impronta. Porque lo creamos o no, la huella de cada uno de esos mandatos intergeneracionales se inscriben a martillo y cincel en lo más hondo de nuestra personalidad. La psicología cognitiva es uno de los mejores enfoques para comprender este delicado entramado. Las creencias más significativas y determinantes se adquieren en la infancia a partir de las relaciones con nuestra familia. Ahora bien, existe a su vez un concepto aún más complejo. Autores como Aaron Beck, nos recuerdan que parte de estos esquemas tienen a su vez un componente genético. Según un estudio publicado en la revista Nature Neurosciencie, nuestro ADN transmite información de experiencias de estrés y miedo heredadas de generación a generación. También desde el Hospital Monte Sinaí se habla este mismo aspecto: del peso de la herencia epigenética y su influencia en los genes de los hijos. Ahora bien, hemos de tener claro un aspecto. La predisposición genética no determina nuestra personalidad, solo nos predispone. Sin embargo, si al peso de los genes se le añade la continuidad de unos mandatos, de unos valores, pautas y dictados puede establecerse sin duda un ciclo continuo de refuerzo recíproco. Cómo romper con los mandatos familiaresRomper con los mandatos familiares no es precisamente fácil. Son muchas las culturas y los países donde el peso de la familia condiciona y predispone. Cuestionarla es casi como un sacrilegio a los cimientos de la propia sociedad. De hecho, tal y como dijo Albert Einstein en una ocasión, “es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto”. En la actualidad, está en auge la llamada psicología transgeneracional. Se trata de una modalidad terapéutica donde se ahonda en el árbol genealógico para prevenir patrones repetitivos del pasado en el presente. Así mismo, se le ayuda a la persona a tomar conciencia de las dinámicas imperceptibles que ha podido heredar y que frenan su crecimiento, su felicidad. No obstante, más allá de estos enfoques, nunca está de más tomar conciencia en nuestro día a día de ciertos aspectos que pueden ayudarnos también a romper con estos mandatos. Claves para cortar los mandatos familiares Hemos de entender los mandatos familiares son como un contrato que no hemos firmado. Podemos asumirlos si nos enriquecen personal y emocionalmente, o podemos, sencillamente, no firmarlos. No asumirlos. Un mandato es una constelación de códigos verbales y no verbales que debemos saber descodificar. Nosotros mismos integramos muchos esquemas de pensamiento que es necesario cuestionar. La revolución para llevar a cabo esta liberación debe empezar por nosotros mismos. Ahonda en tus contratos intelectuales. Ideas como “soy torpe” o “no debo defraudarles” son como las “ideas irracionales”que nos describió Albert Ellis. Son las raíces de emociones disfuncionales que hemos de corregir. Empieza a cuestionar esas frases tan comunes que se escuchan en muchas familias. Expresiones como “esa pareja no te conviene”, “en esta casa somos todos de tal partido político, de tal religión, de tal equipo deportivo” o “estudiar eso es una pérdida de tiempo, hacer lo otro es una tontería…” Son códigos que invalidar, que empezar a derribar en nuestra mente. Ser familia no implica una lealtad devota, solo por compartir la misma sangre. No si nos imponen un destino. No si ser uno mismo tiene consecuencias y nunca si esas dinámicas nos someten a una suerte de ciclo infinito de infelicidad. A veces, desafiar y romper los mandatos del clan familiar es mucho más que una obligación: es una necesidad. Es el derecho y el deber a reafirmar la propia integridad personal para que no se vea comprometida nuestra identidad. Así, nos alejaremos de ser esa muñeca articulada que otros inventan y sobre la que pretenden tener el control. Fuente: sorayapsicologa.es Según el bioquímico y biólogo británico Rupert Sheldrake existe un campo morfogenético (morfo viene de morphe = forma) que nos permitiría entender cómo los organismos vivos, los cristales y hasta las moléculas, adoptan su forma y su comportamiento. De acuerdo con sus teorías, los sistemas naturales, tales como una colonia de termitas, una bandada de pájaros o un grupo de flores, heredan una memoria colectiva de todas las cosas de su tipo que han existido previamente. Campo morfogenético: Memoria colectiva e intención Para Rupert Sheldrake, existe un comportamiento en todo lo vivo que tiende a la consecución de una meta. Pero la intención no sería un atributo único de la consciencia humana, sino una parte esencial de todos los sistemas vivos. Rupert Sheldrake habló de la existencia de una especie de conexión telepáticaentre organismos. Sus ideas se aplican hoy, por ejemplo, a las “constelaciones familiares”, un sistema de terapia desarrollada por el alemán Bert Hellinger. En esta terapia se considera que existe una transmisión de conflictos, secretos familiares y hasta comportamientos que se transmiten de generación en generación y explican situaciones actuales. Sin embargo, esta transmisión no es genética ni aprendida sino dependiente de una memoria o consciencia colectiva. El campo morfogenético: Una teoría holística, no mecanicista La biología ha considerado hasta ahora que los organismos vivos son máquinas que pueden explicarse por las leyes conocidas de la física y la química. Las corrientes holísticas en cambio, se han negado a aceptar que la naturaleza pueda explicarse en forma tan simplista y han propuesto modelos sistémicos que entienden que el todo es más que la simple suma de sus partes. Las ideas de Rupert Sheldrake están consignadas en su libro “Una Nueva Ciencia de la Vida: la Hipótesis de la Resonancia Mórfica”, publicado en 1981, donde cuestiona la visión mecanicista. Después de su publicación muchos experimentos se han hecho para tratar de demostrar la validez de sus hipótesis pero la ciencia oficial se ha negado a aceptar sus ideas como válidas. En su libro “De perros que saben que sus amos están camino de casa y de otras facultades inexplicadas de los animales” Sheldrake sostiene tenemos mucho que aprender sobre biología, la naturaleza y la consciencia, de los animales. Se pregunta, ¿por qué un perro anticipa la llegada de su amo incluso cuando es a una hora inusual o puede anticipar una convulsión de su amo? Para este libro, Rupert Sheldrake estudió por cinco años a miles de personas que tenían una mascota o trabajaban con animales y concluyó que existe una fuerte conexión entre animales y humanos que va más allá de cualquier explicación científica disponible. ¿Qué es un campo morfogenético? Los campos morfogenéticos o campos mórficos serían una especie de depósito de información, no energía, que sería utilizable a través de espacio y tiempo. Difíciles de medir, porque no se trata de campos físicos (no tienen dimensiones, por ejemplo), ejercen influencia sobre sistemas organizados. Sheldrake cree que la mayoría de las cosas existentes en el universo se organizan autónomamente. Tomemos el ejemplo de un cristal que se organiza por sí solo. Los animales, los seres humanos, las plantas, crecen sin necesidad de intervención externa. “… la forma de las sociedades, ideas, cristales y moléculas dependen de la manera en que tipos similares han sido organizados en el pasado,” escribió Sheldrake. “Hay una especia de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada.” Estos campos mórficos evolucionarían a través del tiempo. El hábito, la repetición, sería el factor determinante en la creación de estos campos. Fuente: aboutespanol.com |
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